La vieja agenda.

   sun luz

Ella estaba hecha unos zorros cuando le reencontró y él lo mismo. Aquello de que polos opuestos se atraen, no se corresponde con una ciencia exacta porque en este caso, ambos estaban para el arrastre como coloquialmente se dice, vamos que ambos estaban en el mismo polo lóbrego. Pero todo, absolutamente todo, funcionó como si de un conjuro se hubiese tratado, se volvieron a encontrar en el momento exacto y en el lugar exacto y además, para idéntico cometido.

  A Luz se le escapaba la vida y a él también. A ella se le esfumaba porque tenía el alma enferma. Y ¿a él? A él porque tenía su cuerpo mortalmente herido ¡Qué curioso que se llamara Luz!, porque es lo que a ambos les faltaba y lo que ambos se ofrecieron. Durante un tiempo breve pero intenso, se retroalimentaron y nuevamente fueron tornasoles, como antaño, cuando en plena juventud vivieron como si no hubiese un mañana. Otra vez se encontraban para respirar y sentir del mismo modo, porque ahora el pasado no podía existir y solo podía haber presente, ahora ya no había ayer ni mañana, como muchos años antes.

  Una noche oscura para Luz, buscando recuperar su brillo y poder nuevamente hacer honor a su nombre, tiró de su vieja agenda. Enjugándose la pena y tragando saliva y rabia, la desempolvó y la abrió ¡Dios santo!, hoy que ya no se llevan estos cachivaches, que todo es electrónico, pensó para sus adentros, pero mira por donde aún la conservaba y así pudo recordar a viejos amigos, y a él concretamente, le pudo rescatar. Fue el reencuentro de un alma marchita sin luz y de un cuerpo enfermo que pese a ello, todavía brillaba, y de esa fusión nació para ambos una aventura que supuso para ella, olvidar la enfermedad de su esencia, y para él, aparcar la suya que invadía ya todo su cuerpo. Una unión perfecta si no fuese por esa otra maldición. book

Y gracias a su polvorienta agenda, se concertó una cita para la que Luz se arregló como casi ya no recordaba. No necesitaba ayuda externa, solo ánimo y un buen espejo, a ser posible con cristal de aumento porque la presbicia ya no perdonaba.

 En el mismo armario en el que encontró la agenda, también halló ese tipo de espejo, uno que utilizaba su madre para depilarse las cejas cuando ella era pequeña, y que cuando aquella lo dejaba, con tremenda curiosidad lo utilizaba, se miraba y al verse tan aumentado su diminuto rostro, hasta se mareaba. ¿Por qué utilizará mi madre este maldito espejo que a mí me da angustia? es lo que se cuestionaba cada vez que su madre lo aparcaba en la mesa tras esa rutina semanal depilatoria, maniobra por cierto, que por entonces tampoco entendía. Con esos recuerdos infantiles que le surgían de tanto en tanto como destellos, también revivió cómo en su adolescencia entendió por qué su madre se depilaba las cejas y ya en su madurez, comprendió por qué utilizaba un espejo que de pequeña le provocaba arcadas ¡Y tanto que lo entendió!

  Dispuesta a emanar lo que su nombre propio indicaba, se puso delante de ese espejo, y comenzó un ritual olvidado, y ya con una mascarilla en su rostro, entró en la ducha. Se había comprado un gel que destilaba el mismo aroma que la loción corporal y el perfume. Esa fragancia con la que él en aquél tiempo, casi llegaba a enloquecer. Se trataba de un perfume clásico y mientras se duchaba lentamente, le invadió ese vapor perfumado y con él, bellísimos y excitantes recuerdos. Salió de la ducha, se embadurnó con aquélla crema untuosa y roció su cuerpo entero a golpe de perfume. No le importó ser desmesurada, no sabía cuándo lo iba a volver a utilizar siguiendo el mismo ceremonial.

     Cuando su piel absorbió todos los mejunjes, se puso el vestido que se había comprado para tan emocionante encuentro. Era un vestido azul verdoso, ajustado y escotado. Se atusó su larga melena, puso su cabeza boca abajo y al levantarse, con sus dedos la revolvió con ímpetu, le encantaba la melena leonada, como si pareciese despeinada. Guardó la agenda en el armario de donde la sacó y junto a ella su nueva ilusión, se puso sus tacones, cogió su bolso, cerró bien la casa y se marchó con el corazón agitado.

    Le dijo al taxista dónde le debía llevar, y cuando faltaba muy poco, con el espejito que siempre llevaba en el bolso e intentando controlar su turbación, se retocó. Pagó al taxista, bajó, y con paso firme, avanzó hacia el lugar donde habían quedado. Le reconoció a lo lejos, se fundieron en un abrazo y vibraron.

     Tras aquella noche, hubo varias en las que ambos fueron uno. Jamás lo olvidaría; ya no volvió a sentir esa congoja que supone tener un alma dolorida. De nuevo su actitud hacía honor a su nombre y él, desde otra dimensión, siguió irradiando lo que jamás volvería a desaparecer: Luz.

 

@angels_blaus