Qui no ho encerta, l’endevina.

bola de cristal Qui no ho encerta, l’endevina, eso me decía siempre mi madre cuando en mi adolescencia le contaba casos relacionados con alguna conocida mía, sobre la que se rumoreaba, como algo casi innombrable, que su padre pegaba a su madre.

 Siempre me lo disfrazaban, nunca se hablaba claro: «dicen que le da mala vida, que es alcohólico, dicen que tiene la mano larga, dicen, dicen…», cualquier historia menos llamar al pan, pan, y al vino, vino, aunque, bien pensado, y con una visión ya muy retrospectiva, realmente no se sabía ni cómo se definía el pan ni qué era el vino.

 La sociedad, y el propio entorno de la víctima, vamos, todo el mundo, lo trataba como un caso de mala suerte porque había que acertar o adivinar, sin alternativa posible, y si ni se acertaba ni se adivinaba pues a cargar con esa tortura hasta que la muerte les separase.

 Recuerdo a la madre de una de ellas, con un rostro y un gesto demoledor que hoy diría todo y entonces solo ocultaba amargura y hasta pudor y vergüenza. Vergüenza por haberse equivocado, por no haber acertado ni adivinado. Esfuerzos ímprobos tenían que hacer para disimular, porque no solo te maltrataban sino que te producía auténtico sonrojo y humillación estar siendo maltratada ¿Se imaginan cómo vivirían esas familias? Esos hijos a los que se les transmitía que la ropa sucia se lavaba en casa, y que, chitón, y punto en boca. No, no exagero un ápice y tampoco hace tantísimo de ello.

 Hoy, cuarenta años después, si comparamos situaciones, podemos pensar que hemos avanzado mucho, pero yo creo que hemos adelantado, sin más, y que no podemos bajar la guardia, porque puede suceder que creyendo que se está a punto de llegar a la meta, sencillamente nos estanquemos.

 Todos leemos, estamos más informados que nunca, hiper informados, y seguimos viendo y viviendo con estupefacción cómo no solo continua el goteo de la lacra, sino que se llega a apreciar incluso, una involución en las últimas generaciones. Incomprensible, paradójico, pero real como la vida misma, un pasito adelante, y otro hacia atrás.

 Así que, cuando me retrotraigo a esa aciaga época, recuerdo esos tiempos, me centro en estos, y según días, no veo el vaso todo lo lleno que quisiera. Ojalá cada vez con menos asiduidad me vengan estos flashes, años en los que casarse, porque no había otra opción, era casi cuestión de echar una moneda al aire, si cara, estupendo, si cruz, se siente, porque ya nunca más tiene que ser cuestión de acertar ni de adivinar, sino de no tolerar jamás el desatino de haberlo cometido, y de rectificar con firmeza y poderío y con nuestra integridad a salvo.

 Por cierto, la tortura terminó, como habrán adivinado, cuando la muerte efectivamente les separó. Ella, descansó, y su rostro y su gesto cambió para siempre.

 @angels_blaus