Mi pequeño gran titán.

 TITÁN- Frankfurt

Seguro que todos hemos conocido gente que parecía gigante, hurgas y todo filfa y al revés, sin olvidar por supuesto, a quienes son lo que parecen, tal cual. Pero volviendo a esos otros, con ambos te llevas la gran sorpresa, con los primeros por decepción, con los segundos, por grato descubrimiento y admiración.

Así era Miguel. Siempre fue el clásico sabio despistado, ese espécimen que parece que no esté pero siempre está, quien pasa desapercibido por ausencia aparente y consciente aunque siempre esté presente. Así era él.

 Tenía grandes aspiraciones pero jamás alardeaba de sus planes y proyectos y a la chita callando, «chino chano» avanzaba. Siempre prefirió ser cabeza de ratón a cola de león y a menudo recordaba una de las Fábulas de Esopo: la de la cigarra y la hormiga, porque él emulaba a esta última y mientras, muchas cigarras, que las más de las veces procrastinaban, veían cómo se afanaba en llenar su especial alacena, cómo devoraba libros, cómo nunca saciaba su voraz apetito intelectual.

 Con el paso de los años, esas cigarras le envidiaron, algunas le admiraron, y otras, simplemente le olvidaron, pero todo eso a Miguel le daba exactamente igual, él avanzaba, siempre avanzaba. Aunque no se descubriese a primera vista, era duro como una roca, trabajador incansable, lector impenitente, culto hasta decir basta si es que a alguien se le puede poner límite a semejante virtud.

  Pero la vida también le apaleó ¿quién no ha sufrido golpes?, se preguntaba, y él solo, a sí mismo se contestaba, quizá para consolarse. Tal vez, solo tal vez, en muchas ocasiones hubiese querido lanzar esa pregunta al universo y que fuese el universo quien se la devolviera con voz de mujer, tal vez… Pero él prefería seguir mirando al frente, sin más planteamiento que su absorbente trabajo y su dedicación y entrega a esa parte de su familia que la vida no le había arrebatado, la que quería conservar por encima de su propio bienestar. No quería lamentos, y si los tenía, siempre se le representaban a solas, o en lo más recóndito de su alma, esa que nunca o casi nunca quería mostrar. Reservado hasta la médula ¿por qué iba a hacer públicos sus momentos de desazón?, se volvía a cuestionar, y de nuevo, ¡ay! le asaltaba la fantasía: «Lanzaré otra vez la pregunta al universo y me la devolverá con nombre de mujer… Pero tal vez, solo tal vez».

Eran ideas o pensamientos tan sumamente fugaces que apenas los retenía en su memoria, o al menos, eso creía. Trabajó en lugares distintos, y en todos, siempre fue hormiga, siempre cabeza de ratón, siempre avanzó con paso firme y cumpliendo con su deber. Finalmente pudo empezar a disfrutar de esa etapa que indefectiblemente tiene que llegar, de lo contrario ya se sabe cuál es la alternativa y esa… Esa ni mentarla. Es verdad que peinaba más canas, que su piel no era la misma, pero también que ello comenzaba a compensarle. Es el yin y el yang, el trueque existencial, la dualidad, esas fuerzas tan opuestas como complementarias: la vida te quita y la vida te da, solo hay que esperar.

 Gozaba de plena serenidad, ya era más prescindible para quienes fue durante mucho tiempo insustituible, se miraba más, se cuidaba más, se tocaba más, se quería más. Y en ese momento de éxtasis y plenitud vital, el universo, ese universo al que lanzaba preguntas y nunca le devolvía respuestas, de forma absolutamente inesperada, le correspondió y se las restituyó todas, una a una, sin olvidar ninguna. Quizá en esa concreta etapa le resultaba hasta casi indiferente que la voz tuviese género, pero sorprendentemente sí lo tuvo, de modo que el cosmos le devolvió esa voz, la misma que había escuchado tantas preguntas, y a veces, aunque le ruborizase admitirlo, también lágrimas y hasta llantos, y de golpe, cual genio invocado por Aladino, aparecieron en torrente todas y cada una de esas respuestas, secadas todas y cada una de sus lágrimas y callados sus llantos.

Hoy ha descubierto que lo que creía que no había retenido, lo tiene grabado en su memoria y esos pensamientos que creía fugaces, los tiene impresos a fuego. Ahora esa hormiguita hercúlea escribe pensamientos y reflexiones con la inmensa serenidad que le ofrece la veteranía y con la ilusión de dejar ese legado a los suyos.hormigas

 

La vida te quita y la vida te da,  solo hay que esperar.

Recordando a tantos… A quienes descubren porque más vale tarde que nunca, que es un error creer que tras el nido vacío ya no hay vida. Recordándole a él, a ella, a ti y a Ud. A quienes de repente descubren que no son invisibles y quieren exprimir hasta la última gota de su jugo.

A los gigantes escondidos,

a los Hércules agazapados.

A los auténticos colosos.

                                                                                  @angels_blaus

 

Quisiera ser tan alta como la luna.

LUNA

Cuando Marina era pequeña, y vivía en un país en blanco y negro, más negro que blanco, solo existían regiones, después ya sabemos cómo pasaron a denominarse y cuando jugaba, sobre todo lo hacía en la calle. Saltaba a la comba, a la goma, o hacía un poco el bruto con el «churro, mediamanga, manga entera», en el que solía deslomarse o deslomaba, ahí no había medias tintas, o castigabas lumbares ajenas o te castigaban las propias, pero, ¿y lo que se disfrutaba?

En clase y a la hora del recreo, las chicas solían jugar a juegos de chicas, como las tabas o los cromos, pero a la niña del blanco y negro, más negro que blanco, lo que más le gustaba era cantar y así, con sus amigas quedaba en su casa, que para eso era la más grande y con múltiples escondites donde poder divertirse con intimidad. Se las ingeniaban con el artilugio de madera que utilizaba su madre para hacer «allioli» en el mortero, e imaginaban que era un micrófono, y con ese teatrillo montado, palo de mortero en mano, cuando era un retaco y soñaba con ser alta, muy alta, cantaba:

Quisiera ser tan alta como la luna,
¡ay, ay!, como la luna, como la luna;
para ver los soldados de Cataluña,
¡ay, ay!, de Cataluña, de Cataluña.

Con el paso de los años, mira por donde, se convirtió en una mujer alta, muy alta para su generación, y cuando recordaba la letra de esa canción no acababa de entender su significado. Tal vez lo único que se buscaba era su rima, o que fuese pegadiza, pero no podía evitar preguntarse: ¿qué tiene que ver ser alta para ver a los soldados de Catalunya? Y buceando, averiguó que es una canción muy antigua y que su letra podría guardar relación con la Guerra de Sucesión, que ya sabemos cómo terminó.

En alguna época, la letrilla y esa cantinela le martillearon el cerebro y cuando sentía ese mazazo, una mezcla de sentimientos se le entrecruzaban ¡Maldita sea!, siempre defendió que tenía la mejor costa del país, y que particularmente, una de sus provincias era la más maravillosa, provincia que le traía gratos recuerdos, hasta el punto que de tanto en tanto, le asaltaba un perfume a tramontana que jamás olvidaría.

Pero durante un tiempo le invadió la desolación, rabia, indignación, tristeza, impotencia, porque a menudo le atrapaban ideas fragmentadas. Ella que siempre había tenido pensamientos íntegros, no le cabía la parte, jamás pensó en porciones, tenía en su ADN un mapa absolutamente definido, con márgenes y fronteras que no le cabían por ningún otro lado. Sentimientos que eran recurrentes, como así era esa situación que no sabía canalizar, ella, tan optimista siempre, ¿iba a permitir que se le apoderase el pesimismo?, ¿iba a consentir que su vida fuese otra vez en blanco y negro, más negro que blanco? No lo podía asumir, era imposible que quienes podían remediarlo no lo remediasen, no cabía mayor despropósito, pero cada vez se metía en un túnel más y más profundo y oscuro…

Marina despertó sudorosa y con taquicardia, hiperventilaba, su ritmo cardíaco era tal que tuvo una sensación horrorosa. Se frotó los ojos, se incorporó muy lentamente de aquella maravillosa cama, separó su melena de la nuca, estaba empapada, procuró no despertar a su compañero que dormía plácidamente, y confirmó ya con los pies en el suelo, que se trató de una horrible pesadilla.

Agosto de 2020: Marina sigue disfrutando de sus paradisíacas vacaciones en su hotel, tiene una habitación con vistas, las mejores, no quiere otras. Desde su ventana se deleita con su cala preferida en Begur: Aiguablava. Su compañero sigue relajado con su clásico libro entre manos, ella prefiere el ebook y de vez en cuando ojea Twitter: la vida transcurre con normalidad, alguna que otra mala noticia, como siempre, pero nada alarmante. Menos mal que lo de esta noche ha sido una terrible pesadilla, pensó. Hacía muchos años que no las tenía.

Tranquilidad, relax. En 2021 volverán al mismo hotel, estará todo en el mismo lugar y harán el mismo recorrido, tal vez hagan alguna escapada a la costa azul, ¡tienen tan cerca La Jonquera!

Finaliza el verano de 2020, ¡el tiempo pasa volando!, ya han hecho la reserva para el próximo año: 2021, y volverán renovados a sus destinos, como es habitual. Todo fue un mal sueño tan absurdo que hasta le dio vergüenza comentárselo a su compañero. Él sigue leyendo apaciblemente. Marina no puede evitar asomarse cada dos por tres a su ventana con vistas, cuando su retina se recrea con ese azul verdoso, único e incomparable, a veces, hasta se le escapa alguna lágrima…

Pero, ¡bueno!, ¿a qué viene emocionarse? Y habla sola. No te preocupes Marina: llora, ríe, ¡siente!

@angels_blaus