¡Detente!

DETENTE

Me contaba mi madre que, de soltera, cuando iban al casino u otro local similar, donde se reunían los fines de semana para departir y bailar, y en unos años en los que imperaba el blanco y negro, sin ninguna otra escala de colores, (nos ubicamos en los años 50), todas las chicas esperaban que el chico del que estaban enamoradas les sacase a bailar, o simplemente, lo hacían con su prometido.

Realmente, ella nunca fue muy bailarina, más bien era «cantarina». En mis años mozos y siempre dedicada a sus tareas domésticas, (por la mañana, limpiar y cocinar, y, por la tarde cosía mientras escuchaba radionovelas y a la Sra. Francis con sus consejos rancios -quien resultó ser un señor-), pues, como decía, en esos años la recuerdo canturreando efusivamente éxitos de Jorge Negrete, Jorge Sepúlveda («Santander», «mirando al mar»), Sara Montiel, y sobre todo, del inefable Machín, Antonio Machín, con sus «angelitos negros», «el manisero», «dos gardenias», «madrecita», «aquéllos ojos verdes», «toda una vida», «esperanza», «espérame en el cielo», o «amar y vivir», y una larga retahíla, dale que te pego, siendo una imagen que tengo muy grabada. Pero empecé hablando de bailes, no de canciones, y ella no fue aficionada al estilo rock and roll, ni twist, o «cha cha chá», por poner algún ejemplo de la época, ella solo pasodobles y el clásico baile agarrado y lento, pero ¡ojo! no como dice la canción, nada de bailar pegados.

Así, su enamorado o novio colocaba una mano en su cintura, mientras que ella colocaba la suya en su hombro, y se juntaban sus manos libres. Ahora bien, si en el fragor del baile surgía alguna calentura que muchas de las parejas féminas no sabían a qué obedecía expresamente, aunque lo intuían, automáticamente utilizaban una estrategia infalible que no se saltaba ni dios, era el famoso «¡detente!», esa maniobra que me contaba mi madre ruborizada porque no se podían rozar, ninguna apretura, cero, nada que pusiese muy de manifiesto ninguna calentura, de tal modo que con la mano libre apartaban al ya sudoroso partenaire, que el pobre se iría de cada sesión de baile donde surgieran esas reacciones irrefrenables (intuyo que en todas) henchido de dolor, y nunca mejor dicho lo de henchido.

Me viene a la memoria el «detente» porque la maniobra estaba absolutamente medida, controlada y calculada. Mi madre siempre me habla de un metro, aunque sea exagerado o metafórico, vamos, la distancia suficiente para que no fuera explícito, que no fuese «palpable» lo imaginable, y esa anécdota me resulta emotiva por quién era su relatora, pero a su vez muy triste porque hoy volvemos a hablar de una distancia mínima de un metro en un escenario dramático, que no tiene nada que ver con el tipo de baile que eligiesen, sino con otro realmente tétrico: el de la mera supervivencia. Quiero pensar, debemos pensar, tenemos que luchar juntos y creer, que, más pronto que tarde, se acortará, o simplemente desparecerá esa endiablada distancia de seguridad, que en aquél contexto más dicharachero de esos años en blanco y negro solo servía para refrenar y enfriar pasiones entonces «pecaminosas», y, hoy, es una de nuestras armas para matar al odiado bicho, ese que nos ha cambiado la vida, y, desdichadamente, ha laminado la de ya demasiados.

También me sirve este recuerdo para homenajear a una generación que está siendo la más vapuleada y atacada. Leí el otro día un tuit vomitivo sobre quienes ya pertenecen a la tercera y cuarta edad; no lo merecen, al contrario, merecen todas nuestras alabanzas. Ya lo traté en otro post /“Excelentísima Mamá”/, es una generación dura, valiente, aguerrida y sufrida porque los más próximos a nosotros sufrieron una preguerra, una guerra fratricida y una posguerra, y levantaron un país asolado, nos dieron lo que ellos no pudieron tener ni conseguir, precisamente por esas circunstancias. Tan solo podemos devolver una pequeñísima parte de todo lo que nos han dado, y tenemos que empujar para que ganen, para que ganemos otra batalla.

Hace poco he escuchado una intervención sencillamente magistral de uno de nuestros eurodiputados (D. Esteban González Pons), y seguro que la mayoría ya lo ha hecho también porque debe haberse convertido en viral, y aludía a los «padres de Europa», pues bien, los nuestros, nuestros padres y abuelos también han sido artífices de esta España nuestra, hoy, desgraciadamente enferma a la que deseamos su pronta recuperación.

A la generación del «detente» les debemos rendir nuestra más sincera y profunda admiración, y todos a una debemos confiar en que esa horrible distancia, en breve, pasará a ser un mal sueño que habremos logrado superar.

PD: Adjunto una de las canciones preferidas de mi madre:

«Amar y vivir» (Antonio Machín).

@angels_blaus