Pronto cumplirás ochenta y cuatro años. Naciste en nochebuena, ¡menuda fecha! Siempre diciéndome que desde pequeña te repetían que los nacidos esa noche mágica tienen gracia y yo, ya de mayor, replicándote que eso eran creencias de “pueblo” y leyendas urbanas, ¿te acuerdas?
Pues, ¿sabes mamá? No sé si será por eso, pero eres un ser especial. Justo es que ya te lo reconozca, aquí y así.
¿Sabes otra cosa?, si tuviese que dirigirme a un foro y estuvieses entre el público, empezaría dirigiéndome a ti como “Excelentísima Mamá”, no solo por todo el amor que una hija pueda profesar a su madre, sino también por rendir homenaje a tu valentía y coraje, afán de superación, entrega incondicional, sacrificios y desvelos… Por tantas y tantas cosas, mamá, tú eres la más «Excelentísima».
Cuando naciste un 24-12-1931 la noche era muy fría, tal y como corresponde. Como todos los de tu generación, no te has librado de nada: preguerra, guerra y posguerra. De las peores guerras, una lucha fratricida.
Por entonces, nuestra Segunda República hacía ocho meses que se había proclamado y también se había aprobado nuestra Constitución de 1.931. Viviste el conocido como bienio negro, la revolución de 1.934 y unas elecciones en las que ganó el llamado “Frente Popular”, y todo eso en menos de cinco años. Ahí es nada.
A pesar de ello y hasta que estalló el conflicto, me cuentas que recuerdas todo con mucha felicidad. Tu padre era un conocido empresario y vivíais en la vivienda que construyeron arriba de la fábrica. Ibas a las escolapias y desde parvulita has conservado a tus dos amigas del alma, amistad «real» como me repites muy a menudo. No conozco a nadie que conserve desde la infancia las mismas amigas. Todo un lujo, sí señora.
Pero llegó el mes de julio de 1.936, tenías cuatro años y medio y ahí se nubla tu mirada. El reclutamiento de tu padre, primero por unos, luego por otros, el de tus dos tíos maternos, el sufrimiento de tu madre y de tus abuelos, tus recuerdos como pesadillas cuando oíais sirenas: “¡cuerpo a tierra, que viene «la pava»!” -eran bombardeos indiscriminados- y huíais al huerto, os escondíais, tu madre te abrazaba fuerte, te tapaba los oídos… No llores mamá, aunque, pensándolo bien, llora todo lo que quieras, no reprimas esas lágrimas que afloran cada vez que sientes esos abrazos de tu madre con amor y a la vez con terror.
Tus dos tíos fallecieron, uno de ellos de tuberculosis en plena contienda. Regresó a casa desahuciado, regresó para morir y así lo hizo, rodeado de los suyos. Después vino el miedo al contagio y por ese temor estuviste en otra casa una temporada. Una situación que se repetía en distintas familias, era una enfermedad que se llevaba a muchos por delante: la terrible tisis.
Y cuando por fin terminó el conflicto, cuando creíais que podríais vivir en paz y unidos de nuevo, con apenas treinta y siete años falleció tu madre, tú tenías ocho. Cuando te pregunto de qué murió, no me sabes decir la causa, “cosas de la guerra”, me respondes, por tanto sufrimiento acumulado, me vuelves a responder cuando te insisto, y ahora que lo pienso, es verdad, también se puede morir por eso y de eso.
No entendías nada, tus abuelos se quedaron sin sus tres hijos en corto plazo y a ti te enfundaron de ropa negra, negrísima, porque entonces se llevaba luto. Te veo tan pequeña y con esa vestimenta y entiendo muchas de tus reacciones con nosotros…
Ese luto duró un año, como estaba mandado, entre otras razones porque tu padre, transcurrido ese tiempo, se casó con la mejor amiga de tu madre. Suena a telenovela, te lo he dicho muchas veces, pero así fue.
Pronto te hiciste mujer, tuviste otra hermana y te notabas rara, pero entonces ni se sabía lo que era la adolescencia. Si notabas algo extraño, te aguantabas, si te enfadabas, te aguantabas, si te sentías desgraciada, te aguantabas. Pasaste de niña a mujer de sopetón, sin tanto remilgo como ahora. Y con quince años te mudaste a casa de tus abuelos. Es lo que tocaba, se hacían mayores, no tenían hijos, tú eras la única nieta y tu padre se había vuelto a casar, así que, blanco y en botella.
De esa forma pasaste lo que hoy sería tu adolescencia: cuidando de tus abuelos.
Una de tus dos íntimas amigas, como siempre me cuentas, empezó a estudiar su carrera y aprovechaste para planteárselo al tuyo:
“Papá, mi amiga ha empezado a estudiar, yo quiero ser médico, todos te dicen que sirvo para estudiar.
-¿Quééééé?, ¿tú?, ¿una mujer yendo y volviendo a la capital?, ¿sola?, ni pensarlo, olvídate”.
Se te cayó el mundo a los pies, pero por entonces no había réplica ni contrarréplica ni nada por el estilo. Había ordeno y mando y a callar, a ser sumisa, a llorar en silencio, a tragarte la rabia y punto.
“Papá, entonces, ¿qué hago? ¡Es lo que me gusta!
-Pues a seguir con tus abuelos y te matriculas en una academia de corte y confección”.
Y se matriculó y se sacó el que se conocía como “sistema Martí” porque no solo enseñaban a coser, también enseñaban a cortar y así la recuerdo hasta que sus cervicales y sus problemas con la vista se lo han impedido: cosiendo y bordando mientras nosotros estudiábamos todas las tardes.
Eran otros tiempos, pero mira, la vida te ha compensado, tienes un hijo médico y siempre disfrutas cuando te cuenta sus historias de hospital.
Después apareció papá, todo un caballero de los de entonces ¡Ha llegado a besar la mano de alguna de mis compañeras cuando aprobé las oposiciones! ¿Recuerdas?, ¡me moría de la vergüenza! Ahora no, ahora me enorgullezco y agradezco tener tan vivos esos detalles, esas anécdotas.
Cuando paseabais cogidos del brazo por la plaza, todos los domingos os acercabais al taller del ebanista. Tu suegro compró un nogal y ese nogal acabaría convirtiéndose en vuestros muebles, tu comedor y tu dormitorio principal. A golpe de cincel, pura artesanía, (eso ya no existe mamá), y cuando del brazo contemplabais el nogal que ya estaba distribuido en listones y secándose, le decías a papá: «¿ves? ese es nuestro comedor y nuestro dormitorio». Os casasteis en 1.958 y pronto llegaría tu primer hijo.
En breve, comenzaría la generación del 600 (al que también dediqué un post /“Generación del 600”/ a la par que comprasteis vuestros primeros electrodomésticos. Todo ello sin despegarte de tu radio, ese gran cacharro que nos acompañaba todas las tardes con el consultorio de la «Señora Francis» y aquellos dramones que eran las radionovelas casi interminables.
¿Recuerdas?
Otros tiempos mamá.
Te debía este post. A ti y a todos los de tu generación a quienes rindo homenaje: generación de preguerra, guerra y posguerra.
Va por ti.
Va por todos vosotros.
Va por todas las madres.
Contigo he vuelto a recordar una parte de nuestra historia y aun a pesar de escribir y leer con emociones a flor de piel, merece la pena rememorarla y reiterar que hay errores que no debemos repetir.
@angels_blaus
Un comentario en «“Excelentísima Mamá”»