Tenía los ojos de color azul cristalino. Su mirada delataba transparencia y mucha inocencia. Su piel blanca, su pelo rubio, todo indicaba sus orígenes de alma eslava.
Vivía en Lesnoy cerca de Moscú y tenía familia en Dudinka, Siberia, donde en pleno invierno se podía llegar a los 40º bajo cero. Estaba acostumbrada a desplazarse porque parte de su familia vivía en aquélla zona tan gélida.
Había sido una magnífica estudiante y por supuesto, había seguido una disciplina férrea en todos los aspectos, destacando en gimnasia rítmica, faceta en la que llegó a obtener reconocimientos por lo que acabó siendo profesora de educación física.
Recién terminada su carrera, viajó a Moscú. Le encantaba visitarla a menudo y siempre se acordaba de las palabras de León Tolstoi: «Cada ruso contemplando Moscú siente que es la ciudad-madre» y eso mismo es lo que ella sentía. Pasó allí el fin de semana con sus amigas y en la mañana del domingo, disfrutando la Plaza Roja, notó cómo una mirada penetraba en su nuca. Se giró y su intuición no le falló: un caballero de postín y físico occidental no le quitaba la vista de encima. Evadió la situación y continuó con su plan pero al cabo de un rato, otra vez coincidió con aquél por lo que la conversación no se hizo esperar.
Se entendieron hablando inglés y no tuvieron ningún empacho en continuar lo que duró más de dos horas aunque ella tuvo la sensación de haber estado mucho menos tiempo. Le dijo que estaba haciendo negocios , permanecería tres semanas alojado en un Hotel y quería volver a verla.
Ekaterina hizo un mohín que pronto se tornó en una mirada coqueta y gesto de agrado y tras intercambiarse los números de teléfono, se separaron.
De regreso solo tenía un pensamiento fijo y cuando llegó a su domicilio, no pudo dejar de imaginar que podría vivir mucho mejor.
Sucedió lo inevitable: como Moscú solo estaba a cuarenta y pocos kilómetros, cada dos días se estuvieron viendo y el hombre de postín, siempre repetía lo mismo cual mantra: que podía trasladarse a París con él y que allí se promocionaría profesionalmente, empresa en la que él pondría todo su empeño.
Y así fue: su familia no se opuso porque todos estaban convencidos de que era lo que más convenía a su pequeña. Apenas tardaron poco más de tres horas y media en aterrizar en el aeropuerto «Charles De Gaulle» y allí les esperaban otros tres hombres de postín en un vehículo de alta gama. Uno de ellos abrió la puerta y Ekaterina subió atrás.
Durante más de media hora, reinó un silencio preocupante. Por fin ella rompió el hielo preguntando dónde iban, le contestaron que faltaba una hora y media de viaje y que permaneciera callada lo cual le produjo una gran inquietud.
Cuando quedaba poco para llegar al punto de destino, aparcaron en una zona de descanso, la hicieron bajar, le quitaron su teléfono móvil, su bolso y demás pertenencias y ya amenazándola, le ordenaron nuevamente silencio. Se puso a llorar y le invadió un sentimiento de terror temiendo lo peor.
A lo lejos se veían unas luces de neón, fueron acercándose y se confirmó su sospecha: estacionaron en ese lugar y allí comenzó una terrible pesadilla. La metieron a empujones, la subieron del mismo modo a una habitación lúgubre y maloliente y la encerraron con llave. No podía ser real lo que estaba viviendo, se pasó toda la noche llorando.
Al día siguiente, le abrieron la puerta del cuchitril y la hicieron bajar: a partir de ese momento solo hablaría con una «señora» que sería quien le diera instrucciones y con las demás chicas de la misma procedencia que ella.
Y las instrucciones eran las esperadas: tenía que alternar con clientes a quienes procuraría el máximo de consumiciones en una barra iluminada con una luz roja, tras lo cual subirían a la inmunda habitación donde debía acceder a todas sus peticiones, cada una con precio tasado, el cual cobraría directamente la “señora” en concepto de hospedaje.
Así transcurrieron cuatro terribles meses, con sus días y largas noches. Cuando Ekaterina estaba disponible -casi siempre- , se disfrazaba, creía que llevaba una máscara y dejaba volar su imaginación. Nunca se quedaba con las caras.
Cada vez que un rostro difuminado y sudoroso jadeaba en aquél cuchitril, sistemáticamente se desplazaba a su Plaza Roja y así, día tras noche, actuaba mecánicamente, cual marioneta que a pesar de todo no perdía la esperanza.
Su potente alma eslava la ayudaba a sobrevivir, hasta que un día quien se hizo pasar por cliente, le dijo que realmente era policía y en aquél cuarto inmundo le contó que pertenecía a un Grupo especial y que tenían que bajar haciendo el paripé porque en veinte minutos se presentarían el resto de los miembros de la Brigada. Así fue: bajaron, disimularon mientras aparentaban consumir alguna que otra copa y en un cuarto de hora aparecieron los demás armados, quienes con una operación calculada milimétricamente y rapidísima lograron detener a los que regentaban el local liberando a todas las chicas.
Ha transcurrido un año. Ekaterina tuvo que declarar en Comisaría, ante el Juez y ante un Tribunal en calidad de testigo protegido cuando se celebró el juicio.
Ha necesitado tratamiento médico y psicológico y tiene secuelas. Pero su pequeño gran espíritu, su imaginación, sus recuerdos, su Plaza Roja y su fortaleza, la han salvado. Hoy preside una Fundación y da conferencias por todo el planeta.
La princesa ya no está triste…
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Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Mi recuerdo a todas las muñecas rotas, las que no han podido recomponerse, las que sí lo han conseguido y quienes están en ese camino.
Mi reconocimiento a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Nos tenemos que concienciar todos:
#NoAlaTrataDeSeresHumanos
https://www.youtube.com/watch?v=u24LkCstQ04
@angels_blaus
Reblogueó esto en "MOLINOS DE VIENTO DE LEVANTE": Fallera de nacimiento, manchega por adopción,madre y jurista. @angels_blausy comentado:
http://www.elmundo.es/espana/2015/08/10/55c7aa4cca47416b298b457d.html
…»recibían órdenes de «realizar servicios sin preservativos», como se escucha en las conversaciones grabadas durante la investigación. El control de sus horarios era total y se ejercía por vía tecnológica. Según las investigaciones, en los clubes de alterne los explotadores controlaban a las mujeres mediante un software de lectura de huella digital. En cada habitación había un lector que ofrecía información puntual y detallada del tiempo que permanecían las mujeres en ella junto a los clientes…»
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