«Cuando sea mayor quiero ser Mary Beard»

bici en jardín

El título del post es uno de los elogios sobre la autora que cito, (Mary Beard), transcrito al principio de su libro: «Mujeres y Poder»; libro que he leído en una mañana y me ha encantado. Lo divide en dos partes, que titula: «La voz pública de las mujeres», y: «Mujeres en el ejercicio del poder.»

Al hilo de su lectura, me asaltan, una vez más, consabidas reflexiones porque resulta curioso el planteamiento de algunos de la generación Z, planteamiento carente de empatía (y remarco el «algunos»); conste que como madre lo vivo bien de cerca, vamos, que no es algo extraño para mí.

Digo esto porque cuando surgen ciertos temas que enfocan a modo de batalla (lo que me resulta muy desagradable), me dicen: «¿por qué tiene que pagar mi generación los errores del pasado?» y creo que ese no es el encuadre. La autora que inspira este post incide en el momento histórico a partir del cual las mujeres ya pudieron votar y es que cuando nos referimos al presente no podemos obviar cómo se miden los tiempos en la historia. Parece que todo esté ganado comparado con ese largo pasado y no es así: queda mucho camino por recorrer. Para alcanzar la necesaria equidad hay que asentar medidas que son las que no agradan a muchos o a quienes les resultan incomprensibles, por eso antes hablaba de falta de empatía. Lo cierto es que para llegar a las imprescindibles cotas de igualdad hay que remover muchas mentalidades, no siempre conscientes por otro lado, y claro, eso incomoda.

Empieza la autora poniendo el primer ejemplo documentado (en la tradición literaria occidental), de un hombre haciendo callar a una mujer en público, se refiere al comienzo de la Odisea de Homero y lo ilustra con fotografías de un vaso ateniense que muestra a Penélope junto a su telar. A continuación, hay una viñeta de hace apenas treinta años, sobre el ambiente sexista en una sala de juntas donde la única mujer es identificada como «señorita Triggs».

En suma, que va haciendo un repaso histórico de cómo a las mujeres se les ha privado de voz o cómo se ha cuestionado su aptitud para hablar en público, pero también destaca algo muy presente con ejemplos literarios: el «no nos callarán», la postura relativa a la comunicación más allá de la voz, porque vuelve a la cultura clásica y a la mitología griega y narra cómo Filomela, aun habiéndole cortado la lengua su propio violador, pudo tejer su horror en un tapiz y de esa manera denunció semejante crimen.

Finalmente, cuando trata de casos de mujeres en el ejercicio del poder, efectivamente se señala lo que tantas veces escuchamos, leemos y vemos: el aspecto o la chanza que surge y lo ejemplifica con imágenes de rostros de políticas superpuestas a «La cabeza de Medusa» de Caravaggio, para acabar incidiendo en algo que debemos compartir y es que no es fácil encajarnos en una estructura con una codificación previa y determinada, por eso, lo que hay que cambiar es esa estructura.

Creo que poco a poco se va consiguiendo, pero cuando me refería al principio a determinados debates que se avivan entre la generación Z (lo que sigue chocándome), no hay que olvidar que ese largo pasado no se ha resuelto en el corto presente, de ahí que no esté de acuerdo con simplificarlo todo con esa queja que antes trascribía: «¿por qué tiene que pagar mi generación los errores del pasado?» y repito que en mi opinión, ese no es el planteamiento. Así que tenemos que seguir teniendo paciencia con las miras puestas en que la mitad de las voces del planeta se puedan escuchar y no solo escuchar.