«El vuelo del águila».

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Las águilas nunca vuelan a contracorriente. Se dejan llevar por la dirección del viento, cogen impulso y planean. Observarlas transmite paz.

Fabio nació con una discapacidad de las llamadas “invisibles”. Quienes no tienen ninguna “etiqueta” pueden elegir su modus vivendi pero este tipo de personas no siempre. Nunca pudo volar y planear como las águilas que es lo que en el fondo siempre deseó.

De pequeño era tranquilo. Se pudiera decir que respondía al clásico patrón de niño que solo comía y dormía. Ya en la guardería, lo único que llamaba la atención era que cuando se organizaba cualquier actividad en grupo simplemente se apartaba. Como era tan calladito pasaba totalmente desapercibido y las monitoras solo se percataban de su ausencia cuando aquélla había finalizado y lo veían arrinconado y absorto en su mundo de fantasía.

Todo transcurrió con relativa normalidad hasta que empezó su etapa de primaria. Ahí se encendieron las luces en ámbar. Se distraía con suma facilidad, a menudo se ausentaba de la realidad, era especialmente desorganizado y presentaba un aspecto desaseado por más que su madre se empecinase en llevarlo cual figurín.

A partir de ahí comenzaron dos peregrinajes: el de dar con un colegio en el que se sintiese comprendido y aceptado y el de la búsqueda de una explicación a su extraño o inhabitual comportamiento. Si el primero se convirtió en tarea complicada, el segundo no anduvo a la zaga. Tenía rabietas cada vez con más asiduidad, no aceptaba un no por respuesta, empezó a tener problemas con todo bicho viviente hasta que a su madre le hablaron de una afamada facultativa especializada en este tipo de comportamientos.

Finalmente se logró que dicha terapeuta citase a Fabio quien acompañado por su madre y abuela, se desplazó a tal efecto cuando ya contaba con once años. Tras exhaustivas pruebas , la doctora aseveró : «Es de libro, Fabio tiene un «síndrome de asperger» además de un déficit de atención. Diríase que en muchas ocasiones todo va en el mismo “pack”.

Su madre tuvo una sensación híbrida. Por un lado, cierto descanso al haber encontrado un “por qué” a las reacciones de Fabio, por otro, un tremendo abatimiento porque hubiese querido escuchar que todo era “normal”.

Disculpe doctora, ¿Síndrome de qué? ¿Qué diantres es eso?

-Mire –respondió-, la denominación se puso en honor a Hans Asperger, pediatra austríaco. Este doctor centró sus investigaciones fundamentalmente en los desórdenes de comportamiento de niños y es un trastorno que se ubica en el espectro autista.

Cuando la madre de Fabio escuchó el término “autismo” se vino abajo pero la doctora se esforzó por animarla:

-Señora, guste o no guste, hoy todo se etiqueta. Estos niños con lenguaje fluido e incluso pedante, tan solitarios por su dificultad para hacer amigos precisamente por su falta de habilidades sociales, a los que les cuesta mantener la mirada, tan rígidos, literales y algunos de ellos con una inteligencia superior a la normal, tan intransigentes y con unas emociones si no planas, casi por su falta de empatía y muy poco hábiles respecto de su psicomotricidad, se sitúan en ese arco.

Fabio y su madre regresaron a su ciudad de origen con la etiqueta bajo el brazo.

Cuando se pudo conversar con él y se le dieron explicaciones, en principio respiró – ¡Uf! al menos ya sé por qué me suceden algunas cosas, pensó- y a partir de ahí, todo se recondujo hasta que llegó su explosión hormonal.

Desde ese momento lo que en principio fue asumido y aceptado, se convirtió en negación y rechazo. Ya no colaboraba con terapias de ningún tipo y se complicó todo hasta un extremo insoportable.

Se metió o le empujaron a situaciones turbulentas pero pudo salir porque finalmente puso de su parte y también, justo es mencionarlo, por la tenacidad de su madre.

Superada esa etapa de la adolescencia, que si es crítica para todo, para él lo fue mucho más, no solo empezó a mejorar su comportamiento sino que empezó a ayudar a quienes estaban recorriendo la misma travesía que él logró cruzar con muchos rasguños pero sin ninguna herida grave.

Pudo estudiar una carrera universitaria. Habituado a centrarse hasta casi la obsesión en algunos temas, lo hizo con el idioma y cultura inglesa y consiguió graduarse con éxito, aunque continuó con esa dificultad para relacionarse con los demás que él siempre intentaba disimular con su temperamento tímido.

Marchó a Inglaterra donde fue contratado por una empresa de exportación e importación en calidad de traductor. No tuvo una vida familiar “tradicional”, tampoco unas relaciones sociales como la mayoría pero, a su modo, transitó por esos años de forma razonablemente feliz.

A su madre siempre le planteaba las mismas cuestiones:

Mamá : ¿quién marca la normalidad ?

¿Qué es realmente ser normal?

¿Ser normal implica necesariamente ser feliz y “no normal”, infeliz?

¿Hubiese sido más feliz de no habérseme etiquetado a los once años?

¿Por qué todo se etiqueta?

¿Ser de una forma o tener una determinada personalidad es un trastorno?

Nunca pudo responder a todas sus preguntas, hasta que él mismo concluyó que tampoco todo tiene que tener una respuesta.

Hoy vive mimetizado con las costumbres británicas y añade a su trabajo, el de ayudar a quienes etiquetados o no, no pertenecen a la manada.

https://www.youtube.com/watch?v=n1ZlLqWbdh8

Hay quienes quieren volar en solitario, a contracorriente y sin planear, pero otros no tienen alternativa.

Mi respeto por todos ellos, con especial mención a sus madres.

https://www.youtube.com/watch?v=MaMhzUE8SsY

#PlanetaAsperger

@angels_blaus

Publicado por

Àngels Blaus

Cada aprendizaje es un regalo, incluso cuando el dolor es tu maestro. Quiero seguir siendo apasionadamente curiosa.

2 comentarios en ««El vuelo del águila».»

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